Por Nicolás Teodosiu

La extraordinaria expansión del COVID-19 obligó al oportuno aislamiento preventivo y, por ende, a la involuntaria paralización de todos los sectores de la actividad económica. Todas aquellas medidas definidas para evitar la transmisión masiva del virus, han generado notables consecuencias, algunas objetivamente identificables y otras imaginables.
La golpeada economía argentina va rumbo, quizás, a la mayor crisis económica que recuerde su historia. La fuerte caída del Producto Bruto Interno profundizará la recesión, empujando a cierres masivos de industrias y comercios con el consecuente aumento del desempleo. La abrupta caída de la recaudación impositiva obligará al Estado a financiarse mediante una mayúscula emisión de dinero, sumando condiciones inflacionarias. Los niveles de pobreza que están elevándose, se proyectan a índices inéditos. La desigualdad aumentará y por ende la tensión social también.
La pandemia desnudó el estado del Estado. Dejó en evidencia la ineficacia e ineficiencia del aparato estatal en su tarea de producir bienes públicos. Déficit en infraestructura sanitaria, paralización del obsoleto sistema de administración de justicia, cárceles sobrepobladas, inconsistentes políticas de atención financiera tanto a sectores de la economía formal como informal. Todo ello, contribuye a dar notoriedad a un problema que viene acumulando el Estado por décadas pero que hoy se hace más visible ante la actual coyuntura de crisis multidimensional.
Por otro lado, podemos imaginar consecuencias políticas a desarrollarse en el mediano plazo y con efectos de alto impacto. La alta legitimidad que tiene hoy el presidente puede degradarse cuando la cuestión sanitaria deje de ser una prioridad y sea la economía de cada hogar la exclusiva y acuciante preocupación de todos. La salida de la pandemia podrá coincidir con el inicio del proceso electoral del año 2021; proceso que encontrará a la sociedad toda hundida en una gran depresión económica.
En este punto, no se puede omitir que está presente en la conciencia ciudadana los recientes y malos resultados económicos del gobierno de Macri, por lo que la sociedad puede atribuir responsabilidades compartidas entre oficialismo y oposición, haciéndolos culpables de los desequilibrios económicos y sociales. Se corre el riesgo entonces que en el mediano plazo ingresemos en una nueva crisis de representación del sistema político. Este hipotético escenario debe ser evitado. La experiencia indica que las crisis de representación conducen a la formación de gobiernos con rasgos autoritarios o aquellos en donde se acentúan las desigualdades y se concentra aún más el poder en sectores dominantes con gran capacidad para actuar ágil y corporativamente en defensa de sus intereses.

La UCR tiene un necesario rol que cumplir dentro del sistema político y de cara a la sociedad.

Aquellos valores históricos del radicalismo que lo dotaron de su contenido ideológico están más vigentes que nunca. Igualdad, libertad e institucionalidad siguen siendo principios fundamentales para construir una democracia más justa. Todos somos conscientes que los efectos negativos de la paralización económica contribuirán a la generación de mayor pobreza, mayor inequidad y, por ende, menor libertad de cada ser humano para decidir sobre el proyecto de vida que quiera llevar adelante. Aquellos valores son fundamentales para desde allí ofrecer ideas y propuestas actualizadas a las necesidades de estos tiempos.

Propuestas radicales alrededor del rol promotor y regulador del Estado deben ser exteriorizadas, no solo porque siempre lo creímos conveniente, sino porque vamos camino -y esta pandemia lo demuestra- a la necesidad de construir Estados nacionales, provinciales y municipales eficientes. La tarea de repensar el Estado debe hacerse, y fundamentalmente debe ser motorizada de inmediato por la UCR, atento a la velocidad con la que se aproximan los desafíos del futuro.
La UCR debe necesariamente convertirse en la fuerza política central que lidere una oposición, con capacidad de cooperar con el gobierno cuando la circunstancia como la de ahora lo exija, como asimismo actuar firmemente como el contrapeso necesario para evitar atropellos institucionales. Para ello, la UCR debe recuperar el debate de ideas. Aún conserva aquellos elementos necesarios (naturaleza policlasista y organicidad a lo largo del territorio) para ser una fuerza política capaz de representar no solo a la aún significativa clase media argentina sino también a aquellos sectores con aspiraciones de movilidad social ascendente.

Es necesario trabajar para construir una nueva mayoría, liderada por una UCR capaz de generar ideas innovadoras para los tiempos que corren, pero siempre a partir de un compromiso claro con la causa nacional, sin resignar la defensa de aquellos principios centrales que le dieron identidad al radicalismo y desde los cuales contribuyó en las mejores tradiciones democráticas e igualadoras del país por 130 años.

Los desafíos que nos depara el futuro, requieren una UCR fortalecida, protagonista, con una voz que con unanimidad se haga oír y que represente desde sus ideas y propuestas a una sociedad que nos estará necesitando.