Hay que tener el estómago fuerte para superar la náusea que produce la lectura del artículo publicado por Clarín acerca del asesinato de Aramburu.
Es inconcebible con la frialdad con que este núcleo de perversos enamorados de la muerte, relatan los detalles de un asesinato (el de Aramburu) y comentan otro (el de Rucci), como si matar a mansalva fuera una moneda natural de cambio en la acción política.
Frente a semejante evidencia del nivel de desvarío de quienes militaban de la mano de Firmenich y sus cómplices, surge con claridad la enorme tarea y el mérito que adquirió el esfuerzo que hizo el radicalismo, liderado por Raúl Alfonsín por inculcar nuevamente en nuestra juventud la necesidad de trabajar en favor de la vida.
“Somos la rabia” proclamaban todavía los residuos de militantes de una época violenta. “Somos la vida”, replicaban nuestros jóvenes que rescatamos de la locura asesina y apostaron a la mística de devolver a la Argentina una sociedad sin violencia.
En este contexto, cobran sentido los dos primeros decretos que firma el Presidente Alfonsín: El primero ordenando el procesamiento de los miembros de las Juntas Militares responsables de la incalificable matanza que desde el estado se llevó adelante durante la dictadura militar, y el segundo, ordenando el enjuiciamiento de los principales dirigentes del grupo de forajidos que lideraba, entre otros, Mario Firmenich.
No es lo mismo matar con la protección del estado que matar sin ella. Pero el hecho de que no sea igual, no absuelve de responsabilidad a los que robaron, secuestraron y mataron alegando la representación de un pueblo que no se las había otorgado.
Lo más penoso de lo que estamos viviendo hoy en la Argentina es que, desde el gobierno, se pretenda vender a los jóvenes que no vivieron aquella década de terror, una historia parcial y omisiva según la cual, los protagonistas de aquella tragedia de violencia y muerte, pasen como luchadores sociales sin que tengan el deber de rendir cuenta, y mostrar por lo menos arrepentimiento, por los crímenes y por la tragedia que contribuyeron a que viviésemos todos los argentinos.
Si no se cuenta la historia completa, no tenemos la garantía de que, otra generación, ignorante del verdadero pasado, vuelva a cometer los mismos errores que cometieron aquellos que eligieron la violencia y la muerte como moneda de cambio en la acción política.
Horacio Jaunarena

 

La revista «El Descamisado»: Memorias de la prensa armada

Entrevista a Ricardo Grassi, que acaba de publicar «El Descamisado. Periodismo sin aliento».Grassi es autor del reportaje en que Firmenich cuenta cómo mataron a Aramburu. En su nuevo libro aparece otra persona, que estuvo ahí y lo remató.

 

Fue considerado un texto extraordinario en la historia de la violencia política; “tan extraordinario –en palabras de Beatriz Sarlo– que resulta poco menos que increíble”. Y todas sus circunstancias se cuentan ahora en El Descamisado, periodismo sin aliento.

Nunca se supo con precisión quién había escrito Cómo murió Aramburu, el texto en el que Mario Firmenich y Norma Arrostito relataron por primera vez el secuestro y crimen de mayo de 1970. Algunos se lo atribuyeron a Rodolfo Walsh. Ahora se sabe: el reportaje fue realizado en agosto de 1974 en el fondo de una casa de Belgrano R en dos encuentros de más de tres horas en los que se abordaron los detalles desde la inteligencia previa al secuestro hasta que se le dispara y se coloca su cuerpo bajo tierra y cal en la estancia del pueblo de Timote.

“Era la primera vez en la historia del periodismo que se contaba cómo alguien mata a alguien. Ni siquiera la ETA en España lo había hecho. Fue un relato técnico. La fría narrativa de un crimen”, afirma Ricardo Grassi, autor del reportaje, que menciona a Enrique “Jarito” Walker y Juan José “Yaya” Ascone, ambos secuestrados y desaparecidos, como participantes de los encuentros con Firmenich.

Grassi completó el reportaje con Norma Arrostito. La entrevistó en un bar de la calle Lima, para verificar y ampliar el relato de Firmenich. El reportaje se publicó en “La Causa Peronista” –que sucedió a “El Descamisado”- el 3 de septiembre de 1974, tres días antes de que Montoneros decidiera pasar a la clandestinidad.

Sin embargo, casi cuarenta años después de los hechos, cuando decidió contar la historia de la revista “El Descamisado”, Grassi advirtió que había elementos en el relato que no cerraban. Que Fernando Abal Medina y el general Aramburu estuviesen solos en el sótano y que el primero le disparara con dos armas distintas, le pareció inverosímil. Tendría que haber habido otro en el acto final. “Acá falta algo”, pensó.
Después de correos electrónicos sin respuesta por parte de Firmenich, Grassi hizo averiguaciones internas hasta que encontró a “El Otro”, el hombre que permaneció oculto, borrado de la historia del crimen de Aramburu. Lo entrevistó para este libro, que acaba de publicar Penguin Random House.
En marzo 1973, Grassi había sido designado director de “El Descamisado”, como parte del proceso de fusión de “Montoneros” con la agrupación “Descamisados”, en la que militaba.

El Descamisado expresa una corriente política que era el “montonerismo”, que en ese momento era exitosa y multitudinaria y que tenía como proyecto el socialismo nacional. Pero era una revista que estaba hecho con criterios periodísticos”, dice.
Unos meses antes, Grassi había entrevistado dos veces a Perón en Puerta de Hierro, Madrid. En un primer encuentro, Perón había apoyado el “socialismo nacional” y las “formaciones especiales”. Sus expresiones, cuando acababa de comenzar la campaña electoral que llevaría a Héctor J. Cámpora al gobierno, fueron música para los oídos de la “juventud maravillosa”. En el segundo encuentro, Perón relativizó el socialismo. “Socialismo es todo –le dijo a Grassi-. El laborismo inglés es socialista. La China de Mao es socialista. Nosotros estamos a favor de la democracia integrada, como el modelo italiano”. La publicación del segundo reportaje a Perón entonces pasó desapercibida.

La contradicción estalló cuando regresó al país, el 20 de junio de 1973. “La sorpresa fue que el proyecto de Perón no tenía nada que ver con el de la izquierda peronista, y en particular con Montoneros. De pronto fue como si nos sacaran el piso y todo quedara en el aire. Lo del trasvasamiento generacional, que suponía darle el bastón de mando a esos jóvenes era una aproximación falsa. En definitiva, se trataba de ideologías y proyectos que después pasaron a ser distintos”, indica Grassi a Clarín.

-¿Hubo espacio de negociación para el proyecto de Perón y el de Montoneros?

-Perón hacía intentos de llegar a algún punto de encuentro pero desde la óptica de Perón, que no aceptaba discusiones ni disidencias. El era el jefe. Si sos peronista, aceptás lo que dice Perón; si no, no sos peronista. Y creo que la conducción de Montoneros tenía un proyecto que si era con Perón, bien, y si era sin Perón, lo mismo. Lo que le importaba era el proyecto. Pero si Montoneros decía “basta con Perón”, ¿dónde se ponía políticamente, en qué lugar del peronismo?

La línea periodística previa -Perón como conductor del proyecto de Montoneros-, ya no servía para “El Descamisado”. Firmenich, con un maletín blindado que le servía de escudo y en el que llevaba dos granadas, empezó visitar la revista para discutir los editoriales. La casa de la calle Jujuy, sede de la redacción, se había convertido en un bunker. Grassi vivía armado, con dos periodistas que le hacían de guardaespaldas en la calle. Se movían con un Citroen 2CV y un Renault 4.

El día en que mataron a Rucci, el 25 de septiembre de 1973, Firmenich volvió a “El Descamisado”. La redacción era una caldera. Se sospechaba de la CIA, el ERP, de López Rega. “Fuimos nosotros”, le dijo Firmenich a Grassi. “Llamé a la redacción para que lo explicara a todos. Dijo que con esto se podía forzar algunas decisiones de Perón. La revista publicó que la muerte de Rucci era algo de adentro. Y adentro, se entendía, era Montoneros o Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR)”, recuerda.

-¿Había una percepción interna de lo que significaba el crimen de Rucci? ¿De la reacción que tendría Perón?

-La percepción fue inevitable a partir de ataques sistemáticos contra sedes de la JP, de la JTP, de las agrupaciones (relacionadas con Montoneros). Es el quiebre que marca este período. Y después Perón se muere. No hay síntesis. Se muere tu papá y te quedaste sin sentarte con él a hacer las cuentas finales.

-¿Por qué deciden buscar a Firmenich para que contara el crimen de Aramburu?

-Para entonces ya habían cerrado “El Descamisado”, también “El Peronista”, que la sucedió, y estábamos publicando “La Causa Peronista”. “Jarito” Walker dijo: «Si nos cierran otra vez, por lo menos que sea con algo contundente». Entonces lo propusimos y Firmenich aceptó. Después supe que dijo: “Cómo vamos a la clandestinidad, recordemos quiénes somos y de qué somos capaces”. Y dio el reportaje.

-¿Tuvo algunda sospecha de que otro grupo pudo haber secuestrado a Aramburu y luego habérselo entregado a Montoneros?

-Yo no la tuve, y el reportaje es muy sólido y claro. Tengo una mentalidad poco conspirativa, además. Hay muchas cosas que parecen increíbles pero fueron así de simples.

-¿Qué le dijo “El otro” sobre el crimen de Aramburu, que no le había dicho Firmenich en la casa de Belgrano R?

-“El otro” estuvo en el sótano. No recuerda que Aramburu estuviera amordazado, como dijo Firmenich. Sí recuerda que Aramburu dijo: “Proceda, nomás”. Entonces Fernando Abal Medina le disparó al pecho y lo tapó con una manta. Se sintió muy mal personalmente y luego fue hacia la pared, compungido. Después le dijo a “El otro” que se quedara y subió. Al rato bajó Emilio Maza (montonero de Córdoba, muerto en combate el 8 de julio de 1970), tocó el cuerpo y dijo: “Esta persona todavía está viva”. Y lo remató con dos tiros. Esto era lo que no cerraba del relato original.