Por Jorge Lapeña (*)

 

Argentina transita su año número de 35 desde la restauración democrática que inaugurara Raúl Alfonsín el 10 de Diciembre de 1983 con su histórico y fundacional gobierno. La ciudadanía toda, sin distinción de banderías políticas, le otorgó el reconocimiento supremo de “Padre de la Democracia”. Alfonsín pasó a la historia grande inaugurando lo que para Argentina había sido un imposible: 100 años de Democracia.

Los Radicales sabemos lo que esto significa: los presidentes radicales fueron víctimas reiteradas de los Golpes de Estado del militarismo y la derecha conservadora desde nuestros primeros gobiernos. Los 35 años transcurridos no son muchos, pero constituyen cuantitativamente  un record en un país de 202 años de vida independiente, donde la Democracia liberal en el sentido que hoy la conocemos nunca  había logrado -hasta 1983- perdurar  más de 16 años corridos (1916-1930).

Sin embargo esa Democracia ha sufrido en estos años numerosas desventuras y muy dolorosas comprobaciones: la ruptura de su economía; el default de los compromisos externos; la hiperinflación y la inflación; el aumento de la pobreza y la indigencia; la corrupción política en gran escala; el aumento de la desigualdad, el deterioro de su educación pública. Esto indica que la democracia que transitamos está lejos todavía de ser lo que todos anhelamos con nuestra inquebrantable fe republicana. Argentina está en caída y aún no revirtió esa tendencia.

Los radicales hemos comprobado con verdadera preocupación en estos años que el fenómeno del populismo, de derecha o de izquierda, constituye una verdadera enfermedad de la Democracia. La enfermedad de la simplificación de los temas del gobierno; de las soluciones políticas simples para temas de estado enormemente complejos; el establecimiento de la relación paternal o maternal entre el líder y las masas; la entrega de las masas a la voluntad del líder; la demagogia como método; la valorización extrema de la satisfacción en el presente por sobre la consideración estratégica del futuro.  En la década del 90 hemos asistido al  populismo en su versión neoliberal y privatista que terminó en la eclosión del 2001. Ya en el Siglo 21 en los gobiernos del matrimonio Kirchner asistimos el populismo en versión izquierdista – venezolana que nos precipitó también en un final de crisis económica, menos tenso que en 2001, pero igualmente grave y desolador.

Es en ese contexto que la UCR en la Convención de Gualeguaychú a principios de 2015 decidió por mayoría simple la conformación del espacio CAMBIEMOS en conjunto con el PRO y la Coalición Cívica, y que después de competir en las PASO con su propio precandidato a la Presidencia de la Nación, el partido impulsara con el voto de sus afiliados al candidato triunfante y hoy Presidente de la Nación Mauricio Macri. La UCR fue sin lugar a dudas el peso que definió la elección por poco margen  en el ballotage. Está también claro que si hubiera triunfado en Gualeguaychú, la posición contraria a la que finalmente triunfó, Argentina muy probablemente continuaría bajo un gobierno populista, y con seguridad bajo supervisión del kirchnerismo.

La idea de fondo de esa decisión de la UCR, lamentablemente  no plasmada en acuerdos programáticos escritos, ni tampoco en una coalición de gobierno, fue en definitiva alcanzar la normalidad de la Argentina; la previsibilidad del futuro para la toma de decisiones estratégicas de los individuos; la eliminación del despilfarro en la hacienda pública, de la corrupción; de la demagogia y de todos los males de las malas democracias.

La experiencia de Gobierno del período 2015-2018 hasta el presente muestra que la convivencia dentro del espacio CAMBIEMOS funciona dentro de un esquema en el cual se avanza en el sentido correcto pero enfrentando no pocas dificultades que deben ser resueltas sobre la marcha. Es claro que: 1) No existe un programa de Gobierno aprobado  por los socios de Cambiemos; 2) No existen mecanismos institucionalizados de solución de conflictos al interior del espacio; 3) No existe suficiente debate ni transparencia en torno a la  toma de decisiones fundamentales; 4) La labor partidaria no está inserta en el mecanismo de toma de decisiones.

Lo anterior no es un problema menor toda vez que es claro que al menos en el caso de la UCR y el PRO existe una historia y una ideología no coincidente, el PRO tiene sus raíces en espacios políticos que tuvieron en el pasado diferencias substanciales con el pensamiento de la UCR, y que seguramente persisten en el presente y que por lo tanto siempre serán puntos de roce entre ambas fuerzas si no se toman los recaudos políticos e  institucionales para evitar que ello suceda.

No debe llamar la atención que un sector como el energético – la política energética- que siempre fue caro a la UCR en  los discursos y en las acciones  de sus grandes dirigentes del pasado – Yrigoyen; Alvear; Frondizi; Illia; Storani; Sábato y tantos otros- sea en el presente uno de los puntos de fricción más importantes entre la UCR y el PRO en el Gobierno de Cambiemos. En efecto,  la privatización de Transener que la UCR consideró un grave error del Ministerio de Energía;  la incorrecta en inconsistente fijación precio del Gas natural, tan conectado al inmenso problema tarifario;  los disimulados e injustos subsidios a las petroleras; la exploración petrolera paralizada; y la caída de la producción petrolera nacional con su secuela más evidente: la pérdida autoabastecimiento energético de nuestro país son los síntomas que nos dicen que todavía hay mucho por discutir con nuestro socios si de verdad queremos un Gobierno fundacional que nos introduzca en la senda de la normalidad de una Democracia moderna.

Estamos en 2018 y la crisis cambiaria; el pedido de ayuda al FMI y el ajuste fiscal pactado muestran que todavía falta mucho para lograr el nivel de un país normal en crecimiento sustentable. Para lograr ese objetivo es importante una profunda reflexión al interior de la UCR; existe la necesidad de un debate interno que termine en la fijación de una agenda de temas del partido,   que será necesario acordar con nuestros socios en este emprendimiento político que nos tiene como actores. La Política después de todo no puede consistir en el corto objetivo de la obtención del cargo nacional, provincial o municipal de la próxima elección.

Tenemos que revalorizar un gran objetivo: La UCR debe continuar siendo lo que fue en más de un siglo y cuarto de historia: un gran partido nacional, el partido del liberalismo político y del republicanismo; el partido de la defensa del patrimonio nacional y de la lucha permanente por los derechos de los que menos tienen.

 

(*) Jorge Lapeña es Ex Secretario de Energía durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín.