El dirigente radical Juan Manuel Casella convocó a los radicales a “redescubrir las potencialidades (partidarias) que hoy están dormidas” para “discutir políticas de mediano y largo plazo” y “volver a tener propuesta que la sociedad conozca”.
Casella habló el viernes último, durante la jornada de reflexión sobre las consecuencias del derrocamiento del presidente Arturo Umberto Illia, el 28 de junio de 1966. Habló en la casa natal de Illia, ahora convertida en Museo, en Pergamino, provincia de Buenos Aires.
“El Radicalismo debe mirar hacia adentro para redescubrir las potencialidades que hoy están dormidas” dijo y agregó que “a partir de esas bases volveremos a ser un factor positivo para recuperar al sistema político argentino en su totalidad”.
Y seguidamente advirtió: “si confundimos la política con la búsqueda de cargos, con los puestos públicos que nos permiten tener asegurado un buen salario, incluso algún negocito por debajo de la mesa, entonces no tenemos ni el derecho de decir que somos radicales”.
“Y a los jóvenes -agregó- les doy como mensaje: ellos son los que pueden proyectar futuro y las decisiones que se toman hoy deben ser las correctas; los convoco a participar en política por el interés concreto de que las decisiones que se adopten hoy no afecten negativamente su vida futura”.
Sobre la actual situación política del país, el presidente de la Fundación Ricardo Rojas trazó el siguiente panorama: “hoy la institucionalidad argentina tiene el aspecto exterior de una democracia. Pero cuando profundizamos nos encontramos con una sociedad peor porque es una sociedad mucho más desigual de la que teníamos en octubre de 1963 cuando Illia asume la presidencia.
“Esta diferencia consiste en que hoy la Argentina tiene un 60 por ciento de pobres, de absolutos desheredados, con un nivel de trabajo marginal superior al de los trabajadores registrados y esa situación es incompatible con la democracia.
“Por lo tanto, reaparecen las propuestas de la república corporativa que hoy tienen un mensajero, que es el presidente de la República (Javier Milei), que se describe a sí mismo como un dirigente de ultraderecha, absolutamente incompatible con cualquier tipo de democracia y que aspira a ser un líder mundial de ese espacio de pensamiento”.
“Esta situación no es sostenible públicamente salvo por una sociedad que ha vuelto a tener la misma indiferencia que la que exhibió el 28 de junio de 1966 (día del derrocamiento de Illia).
“Lamentablemente, lo que vivimos en aquel momento es una sociedad sin reacción frente a la caída del PBI. Después vino la revalorización, la admiración por el personaje, la comprensión de lo que significó aquel proceso político, pero ya era tarde, ya había caído. Sin embargo, aquellos hombres y mujeres desearían que hoy sigamos hablando del Radicalismo que fue su inspiración y motor político.
“Actualmente, el Radicalismo forma parte de la crisis política de la Argentina dado que es un actor en situación de crisis que ha perdido identidad, influencia en la opinión pública y capacidad de interpretar a la sociedad, especialmente a los jóvenes.
“Por eso debemos sostener que el Radicalismo debe mirar hacia adentro para redescubrir las potencialidades que hoy están dormidas. El Radicalismo debe volver a discutir políticas de mediano y largo plazo, volver a tener propuestas que la sociedad conozca, ratificar que su primer interlocutor es el pueblo.
“El radicalismo de Illia, (Ricardo) Balbín, (Raúl) Alfonsín, (Moisés) Lebensohn, (Crisólogo) Larralde, (Amadeo) Sabattini y junto con ellos toda la segunda línea de radicales de todo el país que estuvieron apoyando una lucha permanente para devolverle a la sociedad argentina la calidad de gobierno democrático que debe tener, nos deben dar el coraje necesario para romper lo que haya que romper dentro del partido y reconstruir las esencias identitarias que le deben devolver al Radicalismo su condición de soporte central de la democracia argentina”.
“El radicalismo -recordó Casella- nació para devolverle al pueblo la capacidad de autogobernarse. Esto implica que reconoce al hombre común con la capacidad necesaria para la toma de decisiones colectivas, por formación o por instinto. En estos procesos necesitan de una conducción, identificados como los partidos políticos.
“Es más, en un partido político democrático, el mensaje debe estar destinado al pueblo y no a los gobernantes. Primero es la interlocución con el pueblo. Por lo tanto, la Unión Cívica Radical, como partido democrático reconoce en el pueblo la capacidad de autogobernarse y además el ciudadano debe ser el destinatario de nuestro mensaje y debemos escucharlos. Después vienen los proyectos y después vienen las candidaturas. Por lo tanto, si alteramos el orden, distorsionamos el sistema, dejamos de ser democráticos”.
Sobre las consecuencias del derrocamiento de Illia, motivo central de la exposición, Casella dijo que Illia “es un ejemplo de esta forma de proceder porque desde su primera juventud percibió todo el proceso que llevó al Dr. Hipólito Yrigoyen al gobierno que consistió en la absoluta confianza en que el pueblo estaba capacitado de gobernarse a sí mismo.
“Cuando el radicalismo convoca a que el orden político que establece la Constitución se convierta en realidad, le da al pueblo la potestad de elegir a sus gobernantes proponiendo sus candidatos.
“Entonces vienen las propuestas políticas, económicas y sociales que permitieron que se llegara al gobierno, o sea, escuchando al pueblo y hablándole al pueblo, después eligiendo al candidato. El Dr. Illia llega al gobierno con el peronismo proscripto y con el 25% de los votos. Sin embargo, su primera decisión como gobernante fue derogar el decreto que proscribía al peronismo en un claro mensaje de que en un sistema democrático estamos todos incluidos, por lo tanto, no se puede prohibir la participación de nadie. Es decir, Illia llegó apoyado en la proscripción y con poca cantidad de votos, pero su visión era la de conformar una sociedad totalmente distinta, integrada, participativa y abierta”.
Luego nombró “al grupo de dirigentes excepcionales” que Illia convocó a integrar su gobierno y, en tal sentido, mencionó a (Juan Severino) Palermo, al frente del Ministerio del Interior, (Carlos) Alconada Aramburú, ministro de Educación y Justicia; , al frente de Relaciones Exteriores a (Miguel Ángel) Zabala Ortiz, “todos ellos con un compromiso total con las ideas del Presidente” Illia.
En el campo económico designó a Eugenio Blanco y a un grupo de sus discípulos entre los que se encontraban Félix Elizalde, Alfredo Concepción, Roque Carranza, Germán López, Bernardo Grinspun, “todos ellos con buena formación técnica y conducidos por una persona absolutamente sólida en el plano económico y con una visión social de la economía”.
Todo este esquema “se apoyaba en una concepción moral de la política”, en el “ejercicio honrado de la Política”.
“El propio presidente consideraba que la honestidad personal era una condición absolutamente indispensable y no discutible, por lo que todos los funcionarios tenían esa base moral que se entendía en algo más que no robar; es que se trataba de respetar al pueblo, no hacer demagogia, no condicionar, no utilizar los medios para hacer propaganda. Es decir, establecer las bases de una convivencia civilizada que permitiera la integración a partir de la verdad. Esa fue la honestidad de fondo del Dr. Arturo Illia, lo que su figura nos debe recordar permanentemente.”
El gobierno de Illia destacó, “fue absolutamente exitoso, sobre todo en el aspecto económico, dado que durante el primer año de su gestión que comenzó en octubre de 1963, el PBI había crecido en 10 puntos y luego de dos años éste había mejorado en más de 20 puntos. Es importante resaltar, además, que la distribución del ingreso se realizó en términos igualitarios”.
“El peor enemigo de la democracia es la desigualdad porque genera el espacio para respuestas autoritarias. El gobierno de Illia garantizó la igualdad otorgándole al sistema educativo la participación más alta que cualquier otro gobierno, ya que el 25% del presupuesto estaba destinado a la educación pública y esa es la base de la igualdad”.
Asimismo, su relación con la prensa como con los sectores opositores “fue civilizada, ni un día de estado de sitio, ni un día de represión, ni una censura periodística, ni una intervención provincial arbitraria, es decir, el orden institucional preservado”.
“Illia durante su gobierno, hizo lo que prometió en la campaña, o sea anular los contratos de petróleo porque afectaban el legítimo interés nacional. Convocó al Dr. Arturo Oñativia como ministro de Salud y se sancionó la Ley de Medicamentos, pieza histórica que fue uno de los motivos que hizo reaccionar a las corporaciones.
“Por supuesto respetó a la educación pública en términos presupuestarios, pero también en términos de concepto respetando la autonomía universitaria”.
“A pesar de ello, los estudiantes realizaron protestas callejeras con clases públicas, que por supuesto no fueron reprimidas.
“Illia cumplió y le devolvió a la Argentina una condición fundamental: fue al ámbito internacional y logró por vía diplomática que las Naciones Unidas colocaran a las Islas Malvinas en el ámbito de la descolonización del dominio británico. A ese hombre, a ese partido estamos recordando”.
Sobre el tema de la exposición, las consecuencias de la caída de Illia, Casella explicó que “los sectores corporativos de la República buscaban el poder para otros objetivos y tuvieron la fuerza suficiente para realizarlo gracias a un plan de desprestigio provocado por los hombres ‘inteligentes’, aquellos que tenían alguna representatividad cultural”.
“Desde la prensa actuaron dos medios, Primera Plana y Confirmado. Primera Plana fue fundada por un sector de las Fuerzas Armadas llamado “grupo azul”. Primera Plana convocó a periodistas de primer nivel que mostraron un público desprecio por Arturo Illia, el médico de Cruz del Eje, provincia de Córdoba, el que había nacido en el seno de una familia de inmigrantes italianos radicada en Pergamino, Provincia de Buenos Aires. Con esta estrategia se produce el golpe de estado y asume el poder un militar absolutamente intrascendente, con visión autoritaria, pero sin talento, llamado (Juan Carlos) Onganía. Se inicia entonces una etapa muy comprometida con los intereses internacionales.