Mucha gente tiene la sensación de que el radicalismo ha dejado de existir.
Los militantes sabemos que eso no es cierto. Pero también comprendemos que si seguimos en estado de hibernación, si mantenemos el silencio, si volvemos a equivocarnos al decidir con quienes aliarnos o si persistimos en una actitud calculadora solo vinculada con el individualismo egoísta y claudicante, esa sensación se convertirá en realidad. ¿Qué debemos hacer para volver a existir?
La política
El 30 de octubre de 1983, los argentinos decidimos que la democracia representativa sería nuestra forma de organización institucional. Por vía electoral, terminamos con la tutela militar de cincuenta años. Los juicios a las juntas y a los jefes del terrorismo otorgaron legitimidad a partir de la reivindicación concreta del estado de derecho.
El consenso así alcanzado funcionó relativamente bien desde el punto de vista formal. Los plazos electorales se cumplieron con regularidad y sin impugnaciones de fondo, habilitando la alternancia en el gobierno aún en momentos críticos. La libertad de opinión se sostuvo, más allá de las propensiones autoritarias y corporativas siempre amenazantes. Cuando quiso hacerlo y aplicó energía y algún talento, la oposición pudo ejercer su función de control con cierta eficacia.
Pero por debajo de las formalidades –que tienen sentido y son muy importantes- desde los noventa en adelante se acumularon las decepciones, los fracasos y las carencias. En promedio, la dirigencia ha disminuido su calidad intelectual y moral. El debate público –cuando existe- pocas veces supera el límite de la chicana efectista. La polarización destruye la posibilidad de alcanzar acuerdos que diseñen políticas de estado. Las candidaturas desplazan a las ideas y la deslealtad, la corrupción y el individualismo parecen ganarle a la inteligencia y a la coherencia. La política sin contenidos se convierte en mera maniobra ventajera.
El consenso democrático ha cedido en intensidad y espontaneidad, se nota forzado y muestra señales de cansancio. La pérdida de representatividad, la dispersión, la especulación, la militancia rentada y la pretendida dirigencia que solo piensa en sus intereses, desprestigiaron a los partidos: el bajo porcentaje de votantes es el síntoma más visible del nivel de indiferencia que hoy padece el orden democrático, al que los reaccionarios de siempre buscan destruir desde adentro, ayudados por el aparente reflujo de las democracias occidentales. (ver “Cómo mueren las democracias” “EL Día” de La Plata”, 7 de junio de 2025.)
La economía
En algún momento, Gabriel del Mazo elaboró el concepto de “Las garantías sociales de la libertad” con el que aludió al fundamento material de la democracia. El consenso político- institucional alcanzado en Octubre del ’83 no contó con ese otro consenso imprescindible, destinado a definir una política económico-social integradora y equilibrante, un camino de crecimiento y distribución del ingreso que fortalezca el esquema de relativa igualdad sobre el que, necesariamente, debe apoyarse la libertad.
Argentina dejó de crecer en 2011. Desde entonces, el PBI per cápita cayó un diez por ciento. El consumo está hoy un veintiuno por ciento abajo. Medido per cápita, disminuyó un veintiséis por ciento. En 2004, el noventa y uno por ciento de los argentinos se percibía como de clase media o alta. Actualmente, solo el cuarenta y siete por ciento se adjudica esa categoría. Más de un millón cuatrocientas mil personas emigraron al exterior, muchos de ellos jóvenes con formación universitaria. La pobreza afecta al cuarenta por ciento de nuestros habitantes, porcentaje equivalente al del trabajo no registrado. La inflación condenó a quienes viven de un ingreso fijo.-
La pérdida de representatividad del sistema político, la ineficiencia del Estado, el estancamiento y la corrupción crearon las condiciones para que Milei solo, sin estructura política, sin experiencia de gobierno, alcanzase la presidencia nada más que a partir de su capacidad histriónica, útil para asumir y transmitir el malestar social.
Milei
Por primera vez desde 1916, la derecha llegó al poder por vía electoral. Lo logró a partir de la peor versión posible: la ultraderecha confesa, autoritaria y agresiva. El PRO había disimulado su concepción conservadora a partir de su asociación con un radicalismo debilitado por el fracaso del 2001, que estaba conducido de hecho por alguna dirigencia poco rigurosa en defender su identidad, dispuesta a conformarse con cargos sin influencia real en las decisiones de gobierno.
El “cambio cultural” que impulsa la ultraderecha mileista es claramente antidemocrático, repudia el concepto de justicia social, promueve el odio y la muerte para quienes define como enemigos absolutos y utiliza, en la voz del propio presidente, un lenguaje incompatible con cualquier tipo de cultura. El vuelco hacia la derecha ultra que absorbe al PRO desequilibra claramente al sistema político porque del otro lado, parece no haber nada.
El programa económico del gobierno se sintetiza en un ajuste destinado a eliminar el déficit presupuestario y a controlar la inflación a partir del ancla cambiaria fundada en un peso sobrevaluado. En concreto, el ajuste lo pagan los jubilados, los trabajadores no registrados, los empleados públicos y los salarios de convenio con el uno por ciento de aumento. También, la insostenible desaparición de la inversión en infraestructura.
La política de crecimiento se reduce a Vaca Muerta, la gran minería, el litio y el sector agroganadero. No incluye el empleo en el AMBA o en las concentraciones urbanas, como Córdoba o Rosario. En cuanto a la presunta eliminación del déficit fiscal, se apoya en el recurso ilegal técnicamente impugnable de no presupuestar los intereses como gasto del año, sino diferirlos sumándolos a la deuda
El resultado de este elemental e insuficiente programa consistirá en disminuir el déficit a costa de profundizar la fragmentación social, la desigualdad estructural. Los hogares que duplicaron sus ingresos en dólares y tienen acceso al crédito, representan solo el treinta por ciento de la población. El setenta por ciento restante no llega a fin de mes ni conserva su nivel de consumo; más aún cuando el trabajo en blanco hace más de diez años que está estancado (La Nación, 1/ junio/2025, pág.10)
El radicalismo
La descompensación del sistema político argentino es una realidad evidente por sí misma.
La ultraderecha de Milei más la resignada e impotente subordinación de Macri convergen para la constitución de un conglomerado de rasgos autoritarios que, en cuanto a la concepción del poder, tiene más coincidencias que divergencias con el kirchnerismo. Podrán competir por el gobierno, pero no se diferenciarán en la manera de ejercerlo. Tendrán criterios distintos en la forma de manejar la economía, pero ya está acreditado que los dos significan un riesgo cierto para la libertad, además de no resolver las cuestiones estructurales de crecimiento y desarrollo.
Enfrente, queda un amplio espacio vacío. No hay quien proponga, con capacidad competitiva, una alternativa progresista que vincule la autonomía de decisión individual, la justicia social y el respeto por el estado de derecho. Ese es el espacio que debe ocupar la UCR.
El primer paso consiste en conocer las dificultades a superar:
1.- La pérdida de calidad dirigencial que afecta a todo el sistema político.
2.- La notoria aceleración del proceso histórico, que provoca la sensación de que la democracia es demasiado lenta para resolver, en tiempo razonable, los problemas que afectan al hombre común.
3.- La revolución de las comunicaciones, que los radicales no entendemos ni dominamos.
4.- El retroceso de la clase media, factor de equilibrio sistémico y proveedor principal de apoyo al radicalismo.
Para superar esas dificultades y ocupar competitivamente el espacio progresista, tenemos que:
1.- Ratificar la democracia como sistema protector de la libertad.
2.- Invocar el crecimiento y la distribución justa del ingreso como componentes esenciales del concepto de democracia y como instrumentos útiles para consolidar la igualdad y terminar con la pobreza, a partir de políticas que provean salud, educación y seguridad con carácter gratuito y de acceso universal y favorezcan la adquisición de conocimiento y el desarrollo científico.
3.- Definir el consenso como factor esencial para preservar la unidad y terminar con la grieta.
4.-Sostener el valor superior de las ideas y la conducta como componentes esenciales de una acción política convocante y moralmente valiosa.-
5.- Promover la renovación metodológica de la acción política, para dinamizar la definición y aplicación de políticas públicas al ritmo de los requerimientos sociales.
En términos coyunturales, debemos:
1.- Disponer la reorganización funcional del partido, modernizándolo y dotándolo de capacidad comunicacional.
2.- Sin descartar de ninguna manera la posibilidad de concurrir a elecciones con nuestra propia divisa “Unión Cívica Radical-lista 3”, dejar definitivamente en claro que la única alianza electoral posible es la que nos vincule con partidos y movimientos sociales compatibles con la alternativa progresista que debemos proponer a los argentinos. En síntesis: ni Milei ni el kirchnerismo.
Este será parte del camino que debemos recorrer para volver a existir, recordando siempre que el radicalismo nació desde abajo, peleando en la calle por el voto popular.
A partir de allí, su trayectoria fue positiva para el país. Ya se ha dicho que si el votante se desplaza hacia la derecha, el radicalismo deberá acostumbrarse a perder elecciones. Si el radicalismo fuese ese que proponen ciertos dirigentes: concesivo, complaciente, llorón ante algún fracaso del gobierno, frecuentador de despachos oficiales, dispuesto a soportar en silencio los agravios y las descalificaciones groseras a personas e instituciones y a claudicar por una concejalía, no tendrá destino ni le servirá a nadie. La identidad radical está absolutamente vinculada con los valores de libertad e igualdad concebidos con idéntico nivel jerárquico, pero también con la defensa intransigente de su propia dignidad.
Junio de 2025
JUAN MANUEL CASELLA