el Dr. Juan Manuel Casella, en un artículo de opinión, publicado en el diario Clarín, señala que los argentinos «están peleados con sus políticos», fundamenta las causas y señala la necesidad de diseñar un mecanismo de diálogo intersectorial planteado en términos de equilibrio relativo que termine con la grieta que distorsiona nuestra capacidad de compartir la vida.
El artículo es el siguiente:
«Los argentinos están peleados con sus políticos. Sienten que no están cumpliendo la función esencial de solucionar los problemas colectivos. Cualquier encuesta verifica la pérdida de representatividad del sistema político: para la opinión mayoritaria los dirigentes somos ineficientes, a menudo corruptos. Quienes piensan de esa manera cuentan con argumentos válidos, aun cuando incurran en generalizaciones injustas y equivocadas.
La reiterada aparición de los mismos problemas provoca una sensación de encierro agobiante y cada crisis contribuye a ubicarnos en un escalón inferior en materia de calidad de vida, salvo para los privilegiados –públicos y privados- que tienen acceso a los recursos del Estado. El relato oficialista, falso e híper ideologizado, ya no alcanza ni para cubrir las apariencias: el nivel de pobreza, la inflación y las fortunas injustificables lo destruyen.
Pero aún en ese marco que coloca a tantos compatriotas en el límite de la subsistencia, desde el punto de vista sistémico encontramos dos datos positivos que deberían servir como punto de apoyo para quebrar el círculo vicioso de la decadencia.
En primer lugar, a partir del juicio a las Juntas dejamos de estar sometidos a la tutela militar que condicionó durante cincuenta años nuestro desarrollo político institucional. La sociedad argentina se libró de esa patológica dependencia mediante estricta aplicación del sistema legal vigente, con intervención de la Justicia Civil y reivindicando el estado de derecho como soporte jurídico del orden social.
Para la mitad de los argentinos, que tienen menos de cuarenta años, la “cuestión militar” ya no existe. Pero una visión más extendida permite verificar el salto de calidad que significó terminar con esa enfermedad endémica. Es un tema a tener siempre presente, porque la experiencia internacional comparada revela que hay sectores muy dispuestos a reinstalarla.
En segundo lugar, el peronismo no está hoy en condiciones de ejercer el poder hegemónico que caracterizó su método histórico de acción política, sintetizado por el kirchnerismo con aquel “vamos por todo”. Mantiene su vocación de partido dominante, sigue despreciando las fronteras legales y es altamente competitivo en el plano electoral, pero hay tres razones que lo limita en el intento de imponer su dominio absoluto.
En principio, el populismo sin dinero carece de un instrumento central para imponer su capacidad de control político, en una economía inflacionaria cuyo control exige la aplicación de restricciones severas en el gasto público para evitar un segundo rodrigazo.
Luego, lo condicionan el conflicto interno (peronistas de Perón vs. “La Cámpora”) y la relativa pérdida de poder y representatividad del universo sindical, que no acierta en convocar y organizar al cuarenta por ciento de trabajadores no registrados y debe competir con organizaciones sociales autónomas que lo asedian y desgastan.
Además, ha reemplazado el concepto de justicia social en el que apoyó su enorme capacidad movilizadora, por una práctica clientelar dativa fundada en el subsidio como política permanente que desvaloriza el trabajo, provee una subsistencia de mínima que sólo sirve para consolidar la pobreza y somete a sus beneficiarios a la dependencia de punteros que lo controlan y explotan y de dirigentes que pretenden usarlos para promover proyectos personales de poder político.
Al buscar razones para creer en la posibilidad de afianzar una democracia abierta, igualitaria y económicamente sustentable esos datos, ponderados en su real dimensión y evitando optimismos ingenuos, deben incorporarse al análisis por su capacidad para influir en el diseño de un mecanismo de diálogo intersectorial planteado en términos de equilibrio relativo que termine con la grieta que distorsiona nuestra capacidad de compartir la vida.
Cuando sugerimos evitar optimismos ingenuos, apuntamos a las dificultades objetivas que habrá que enfrentar.
*El nivel de desigualdad que implican el 43% de pobreza, el 40% de trabajo en negro, la inflación y la sensación de desesperanza que nos inmoviliza, provocan un estado de irritación que con facilidad puede convertirse en caldo de cultivo de operaciones antisistema ya vigentes.
*Cierta dirigencia política parece pensar solo en términos de candidaturas e incurre en el mero tacticaje electoral, sin tomar en cuenta que las incoherencias disimuladas en el armado destinado a ganar pueden luego impedir la acción de gobierno. El debate de ideas, los contenidos, las propuestas, constituyen una ausencia notable en el escenario político actual.
El notorio predominio de visiones cortoplacistas dificulta la discusión acerca de las reformas que habrá que impulsar como políticas de estado, que otorguen universalidad y equilibrio social a la democracia. Esas políticas sólo son posibles a partir de acuerdos intersectoriales que deberán sostenerse durante lapsos que exceden la duración de un gobierno. Son posibles a partir de acuerdos intersectoriales que deberán sostenerse durante lapsos que exceden la duración de un gobierno.
Argentina no padece una maldición bíblica que la condene al fracaso. Así como decidimos terminar con la tutela militar, debemos terminar con la grieta.
Por una simple y sencilla razón: si a algo estamos condenados es a la convivencia, y la convivencia exige el mayor nivel posible de igualdad en términos materiales, límites ciertos en la dimensión y duración de los conflictos, una dotación de ideas que impulsen la superación de los desequilibrios que nos agobian y la convicción, fundada en el sentido común, de que los objetivos generales siempre deben estar por encima de los particulares.
El fanatismo acrítico, que algunos tan bien explotan y al que otros con poca dignidad se subordinan, nunca ayudó a utilizar el sentido común».
Juan Manuel Casella es presidente de la Fundación Ricardo Rojas. Fue ministro de Trabajo y diputado nacional durante la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989).