Santiago Senén González y Fabián Bosoer (*)

La “unidad del movimiento obrero” es un mito siempre convocante. En la historia, hubo más diversidad y conflicto que conducción unificada y “discurso único”.

Para el 22 de agosto está anunciada la nueva conducción de una CGT reunificada. Se especula con la conformación de una cúpula colegiada. Previo a ello, los tres sectores involucrados -la CGT oficial, la que tiene la conducción de Hugo Moyano, y el núcleo que orienta Luis Barrionuevo-propusieron a sus candidatos. No sería extraño que, como en otras oportunidades, pudiera ampliarse esta alineación hasta a 4 o 5 integrantes.

Por eso hubo más nombres de dirigentes que postulan estar en la conducción central o al menos en alguno de los 33 asientos que tiene la conducción de la central obrera.

Lo cierto es que la “unidad del movimiento obrero” en una conducción unificada de la CGT es una invocación que forma parte del “credo” del sindicalismo argentino consustanciado con el peronismo, más allá de que se concretara o no en los hechos. Dicha unidad se dio en pocos períodos y cuando lo hizo fue porque así lo determinaban las condiciones del régimen político o las circunstancias a las que se enfrentaban.

La Confederación General del Trabajo (CGT), primera central unificada de los trabajadores argentinos, fue fundada en 1930. Los líderes sindicales aprenderían desde entonces a tratar con los gobiernos, en la confrontación como en la negociación, más allá de su color político, ideología y legitimidad de origen.

El primer congreso general de esa central obrera recién pudo reunirse a fines de marzo de l936; pero en ese mismo acto se consumó la primera división. Como consecuencia, de inicio hubo dos CGT: CGT Independencia y CGT Catamarca. Cuando se realiza su segundo congreso, en 1942, vuelve a producirse una escisión: la CGT Nº1, y la CGT Nº2.

Tras la movilización popular del 17 de octubre de 1945, los dirigentes sindicales aportaron sus hombres al recién creado Partido Laborista, que postulaba la candidatura del coronel Perón a la presidencia. Treinta y cuatro legisladores nacionales saldrán de la CGT o de gremios autónomos.

Cuando Perón fue elegido presidente, la sindicalización de los trabajadores industriales pegó un fuerte salto y en poco tiempo cambió la correlación de fuerzas dentro del movimiento obrero. En este caso, más que como representante de los trabajadores ante el Estado, el sindicalismo organizado se colocaba como representante del Estado ante los trabajadores.

En abril de 1950, un congreso nacional extraordinario hace explícita la “peronización” del movimiento obrero organizado, convirtiéndose en la tercera rama del Movimiento, junto con el Partido Peronista masculino y el Partido Peronista femenino. Luego de respaldar hasta el final a Perón, proponiendo incluso la formación de milicias obreras, la conducción de la CGT tendrá una actitud inicial dialoguista con quienes lo derrocaron en 1955. Pero tras el desplazamiento de Lonardi, con Aramburu y Rojas, la CGT es intervenida, el peronismo proscripto y la mayor parte de los dirigentes fueron encarcelados o debieron pasar a la clandestinidad.

Los años ’60, serán los de la Resistencia y los Planes de Lucha, tanto frente a los gobiernos militares como a los civiles de Arturo Frondizi y Arturo Illia. El sindicalismo peronista se hace fuerte desde las 62 Organizaciones, pero también allí se producen las divisiones: habrá unas 62 “Leales a Perón” y otras “De Pie junto a Perón”. Más tajante será la división entre el sindicalismo “burocrático” y el “combativo”, que se intensificará con el regreso de Perón. Una disputa intestina entre la izquierda y la derecha peronista que se dirimirá con violencia y se cobrará la vida de miles de trabajadores y dirigentes, desde la base hasta la cúspide. La dictadura militar instalada en el 76 monopolizará –y extenderá- esa violencia represiva instaurando el terrorismo de Estado. Sin embargo, no dejará de habilitar una vía de conversación con los sindicalistas que se avinieron a aceptar las condiciones impuestas, bajo distintas siglas.

Sindicalismo en democracia

Adaptación e inserción, movilización y resistencia: la combinación de estas distintas modalidades define la actuación del sindicalismo argentino en los últimos 32 años de democracia. Insuperables en el arte de la negociación, los dirigentes sindicales acompañaron cambios socioeconómicos y fluctuaciones políticas, gobiernos de uno y otro partido y orientación, recambios de funcionarios y agotadores procesos de elaboración e implementación de políticas laborales. Fueron la primera línea de avanzada, liderando movilizaciones políticas y sociales y retaguardia en la defensa de intereses, espacios de poder o conquistas consideradas como derechos adquiridos. Pusieron y voltearon ministros; estuvieron, como solían decir varios de sus más experimentados dirigentes, “de los dos lados del mostrador”, con los gobiernos, dentro de éstos y en la vereda de enfrente, sucesiva o simultáneamente.

De los gremios artesanales y de oficio, a los sindicatos industriales y de servicios; de las luchas por las 8 horas, condiciones de trabajo y salario dignos a los beneficios sociales –salud, educación, turismo-; de las huelgas revolucionarias contra la explotación de los regímenes oligárquicos y la represión de las dictaduras a los paros y medidas de fuerza contra los planes de ajuste y la incidencia en la puja distributiva, pueden trazarse líneas de continuidad y puntos de ruptura. Del mismo modo, la representación de los trabajadores asalariados en relación de dependencia, sector privado o público, comparte espacios con las de los tercerizados, independientes y desocupados, que también se agrupan gremialmente. Así como la CGT coexiste con la CTA, central que plantea la afiliación directa y reclama libertad sindical.

Llegamos a la actualidad, con cinco centrales gremiales; dos CGT y dos CTA, más los adscriptos a partidos de izquierda. Surgió también una nueva camada de dirigentes, producto del recambio generacional, algunos de ellos con inserción legislativa. Unos buscan la unidad para fortalecerse en la mesa de negociaciones, otros exploran alianzas con la aspiración a ganar mayores espacios de poder o influencia. Luego de la asunción de Macri, los gremios se unificaron en sus reclamos y Moyano, Barrionuevo y el sector mayoritario de la central que conduce Caló aspiran a concretar la unidad en 2016. Los alineamientos, estarán dados principalmente por sus formas de interlocución con el Gobierno, reproduciendo el dilema histórico del sindicalismo frente a los poderes del Estado: buscar un lugar de asociación dentro del poder a través de la negociación o plantear sus reivindicaciones y posiciones confrontando con al poder. O ambas cosas a la vez.

 

(*) Una versión ampliada de este artículo se publica en El Estadista del 4 de agosto de 2016.