Posibles causas del actual florecimiento del populismo y efectos negativos de los apoyos incondicionales.

 

 

En la época moderna un rasgo que está expandiéndose y fortaleciéndose cada vez más a lo ancho y largo del planeta, abarcando países desarrollados y subdesarrollados, radica en el preocupante y persistente incremento de lo que Lord Keynes llamaba «desempleo tecnológico». Hoy el acelerado ritmo al que la mecanización, la automatización y la robotización están desplazando el trabajo humano, está resultando mucho más veloz que el de la creación de nuevos trabajos o fórmulas de empleo para dar cabida a ese mundo de desplazados.

 

Es tan solo natural el que por ello haya venido estancándose el crecimiento del empleo formal al tiempo que se expande el precario empleo informal, el subempleo, el autoempleo y el desempleo. Unido ello al citado proceso de mecanización, automatización y robotización, están propiciando una creciente concentración de la riqueza y del ingreso. El conjunto de tales fenómenos tiende hacia la agudización de las desigualdades socioeconómicas y es precisamente en los países donde más se acentúan las desigualdades donde se desarrolla el suelo que resulta más fértil para que florezcan expresiones políticas caracterizadas por su populismo.

 

Las crecientes multitudes de perjudicados, marginados, indignados, empobrecidos, desesperanzados, constituyen la mejor clientela y los más entusiastas partidarios de los predicadores de las soluciones fáciles e inmediatas, de quienes prometen raudos cambios de status sociales y aseguran darán gratuidades que no exigen esfuerzo alguno y que son enarboladas como acciones justicieras.

 

No se puede dejar de reconocer que muchas de esas promesas o acciones concretas, en efecto pueden constituir acciones justicieras, pero el grave problema radica en que las gratuidades que no van asociadas a una viable y realista estrategia que impulse a los beneficiarios a mejorar por sí mismos sus condiciones de vida, a superarse, a capacitarse para emprender acciones que los hagan transformarse y transformar sus entornos, esos que les han obstaculizado su propia superación, las gratuidades, en lugar de tener un efecto de mejoramiento con demasiada frecuencia engendran un impulso al apoltronamiento.

 

Ha sido hasta la propia secretaria de Desarrollo Social del régimen EPN quien en Jul.12/2013 tuvo que reconocer en la ONU que el programa «Oportunidades», el de mayor inversión y con el que se pretendía apoyar a más de 6 millones de personas en pobreza, generó entre sus beneficiarios dependencia y falta de autonomía económica. La gran deficiencia estriba en que el ejercicio de estos programas, que han cambiado de nombre pero que no han cambiado mucho en la esencia desde que durante el régimen de Carlos Salinas de Gortari se implantó el llamado «Solidaridad», han demostrado que no han logrado un objetivo esencial, que es el de lograr, si no hay un cambio en las beneficiadas generaciones originales, que al menos su siguiente generación alcance un ascenso en su estrato socioeconómico. Lamentablemente es una muy reducida minoría la que ha logrado esa superación y además no es seguro que ello sea atribuible a los programas sociales de los gobiernos.

 

Es considerable la inversión pública que en México se dedica a este tipo de programas y a pesar de las centenas de miles de millones erogados durante décadas, no se han logrado disminuir los niveles pobreza. Pareciera que lo que hemos alcanzado es perpetuarla y a través de tal permanencia conseguir lealtades políticas que podemos clasificar como de reclutamiento clientelar. Ello ha proporcionado una elevada rentabilidad político electoral a los ocupantes de los gobiernos en turno, tanto en el ámbito federal como en los estatales y municipales, pero a costa de demasiado sufrimiento humano.