Para las corrientes populistas ha sido de suma importancia el promover esa abierta contraposición entre su clientela política y los otros, «los de arriba».

Es evidente que lograr reducir los elevados niveles de desigualdad socioeconómica exige que se apoye a los estratos sociales más marginados, que las finanzas públicas cumplan escrupulosamente con una de sus modernas funciones fundamentales que es la redistribución del ingreso, de una riqueza que hoy tiende a concentrarse en forma cada vez más acentuada. En estos tiempos adquiere aun mayor vigencia la sentencia dictada hace años por Armando Labra: «Una sociedad llena de pobres ancestrales y de nuevos empobrecidos no prohija una democracia sana, sino viciosamente contestataria, vengativa y amarga».

 

Entre más subdesarrollado un país, mayor es la exigencia de desplegar programas de desarrollo social. Sin embargo, por comprobada experiencia ha quedado claro que cuando tales programas se otorgan de manera incondicionada, sin lograr que los beneficiarios impulsen su propia superación, el resultado ha sido, con demasiada frecuencia, perpetuar la pobreza y auspiciar el cómodo apoltronamiento.

 

Si bien los apoyos a los estratos más desprotegidos son indispensables, resulta de la mayor importancia encontrar fórmulas para generar corresponsabilidad, para tratar de condicionarlos a la autosuperación, para lograr que el apoyo se vuelva solo temporal y sea eficaz impulso para que los beneficiarios consigan subir de estrato socioeconómico y no se conviertan en objetos permanentes de un clientelismo político electoral, capitalizado principal, pero no únicamente, por los gobernantes en turno.

 

Es justo en este aspecto en donde se puede trazar una de las líneas divisorias entre populismo o táctica clientelar y una estrategia de verdadera izquierda. Para las corrientes populistas lo verdaderamente primordial estriba en ganar adeptos, en robustecer al máximo posible su respaldo popular, y para ello les resulta de enorme utilidad el prometer y/o otorgar gratuidades y beneficios de manera incondicional e inmediata hasta el máximo de sus posibilidades económico financieras. No se trata de una estrategia de largo plazo que permita romper las cadenas del subdesarrollo y la pobreza, sino de una visión de corto plazo que se propone ganar popularidad y elecciones que brinden la disfrutable conquista del poder político.

 

Se trata de conquistar al máximo número de seguidores prometiendo u otorgando beneficios y prebendas por la vía del cómodo «facilismo»: todo gratis e incondicional o si acaso condicionando el voto electoral. Por ello es lógico y natural que las corrientes populistas tiendan a eludir el debate sobre el fondo del asunto relacionado con sus programas clientelares, justificándose al esgrimir argumentos en donde devuelven las críticas recibidas con aun más severas críticas, enfocadas hacia la figura creada de un enemigo en la que propenden a compactar a todos sus adversarios, reales o imaginarios.

 

Esa abstracta figura globalizadora que divide tajante entre pueblo y antipueblo pudiera ser «las corruptas elites políticas y económicas», «los abusivos poderosos de arriba», «el uno por ciento más acaudalado», «la elite del poder», «las castas privilegiadas», «los mafiosos de las cúpulas abusivas» o expresiones más reducidas y bastante más ingeniosas; pero lo fundamental es que sirvan para marcar, para subrayar un antagonismo entre dos clases sociales: de un lado el pueblo bueno que padece injustas privaciones y en el polo antagónico las cúpulas que abusan de sus privilegios y poder.

 

Para las corrientes populistas ha sido de suma importancia el promover esa abierta contraposición entre su clientela política y los otros, «los de arriba», sin importar que ello contribuya más a destruir que a construir. No se prescinde de antagonizar porque mediante tal estrategia han podido comprobar que adquieren mayor poder de atracción y de convocatoria entre las multitudes de inconformes, resentidos e indignados que son el indispensable caldo de cultivo de los exitosos movimientos populistas.