En el título está plasmado el desafío que me propone la Fundación Ricardo Rojas. En realidad, es un doble desafío: no sólo porque perfilar algo que sea digno de quien fue Carlos S. Fayt  es  de por sí tema mayor, y veremos si salgo airoso del compromiso; sino porque no puedo silenciar aquí que mi padre –José María Monner Sans- me llevó en un par de oportunidades, cuando yo era niño, a la casona de Don Ricardo Rojas en la calle Charcas.

 

Se tenían auténtica amistad y, mirado en retrospectiva, uno no puede eludir la pregunta: ¿por qué hubo tiempo para la cultura cuando hoy ese tiempo ha desaparecido salvo cuando se enlaza con repercusiones económicas; por qué  aquellos encuentros –con coincidencias, con disidencias- podían asombrar por la sustancia y por la forma?. Por un decir impecable al servicio de ideas sustantivas. Y aunque los amigos de la Fundación que hoy me convoca no podían conocer respecto de mis concurrencias a una casa culturalmente importante, habría sido omisión imperdonable que en el inicio de este complicado menester yo hubiera callado lo que, de seguro, ellos no sabían.

 

Cumplida una obligación de fidelidad histórica, vayamos por la otra latitud: Carlos Fayt. En su velatorio miré alrededor de quienes quisimos concurrir de veras –hay otros que concurren para la fotografía- y advertí que el amigo más antiguo que allí estaba era yo. ¿Acaso fue en 1956 o 1957 cuando dentro del viejo Partido Socialista –rótulo que albergó ya desde antes ideas no homogéneas- conocí a quien se le convocaba bajo el diminutivo de “Carlitos”? Sí, creo no equivocarme. De su dimensión de orador, en cambio, tomé noticia con motivo de un viaje a la ciudad de Salta. Se cerraba una campaña electoral -¿1962?- y el Partido me había encomendado hablar en el cierre de esa campaña.

 

Ignoro qué fue lo que aquel viernes de noche reuniera tal cantidad de gente en la noche salteña e ignoro si mi empuje verbal sumaba adhesiones por el enfoque juvenil de quien estaba muy influido por el triunfo de Fidel en Cuba o de quien había podido visitar China Popular (1960) liderada por un Mao TséTung, predicante de que la revolución debía apoyarse en la punta del fusil. El cambio, así yo lo sentía, estaba a la vuelta de la esquina y era cuestión de empujar hacia esa vereda. Pronto, sabríamos que los militares iban a destronar al Presidente, Arturo Frondizi.

 

Pero retomo el relato de aquella noche tribunera, en la latitud salteña. Donde Carlos Fayt, precisamente, había nacido. Dejo el micrófono bajo la generosidad de un aplauso mayor al que yo me creía acreedor. Y aquí viene lo singular: varios, en realidad muchos, se acercaron para decir su palabra agradable, cordial: “es como si hubiéramos escuchado al doctor Fayt”. De donde, por una vía no directa, supe de la capacidad de Carlitos para decir lo suyo.

 

Luego, claro, de manera directa dentro de congresos del Partido Socialista o en esas campañas domingueras en plazas porteñas, dando él una suerte de clases al aire libre, clases que pretendían enfocar la realidad nacional desde la letra de la Constitución Argentina.

 

Mientras ambos permanecimos dentro del Partido Socialista, no tuvimos la misma visión respecto del futuro. El antiimperialismo juvenil nos precipitaba a un endurecimiento verbal, seguido de acciones bajo las cuales campeaba, de manera implícita, aquello de que la violencia es la partera de la Historia. Carlos era un real socialdemócrata y predicaba la evolución, no la revolución. Su compromiso social, desde sus primeros libros, fue indudable. Le impactaba de veras la situación de la clase trabajadora argentina, y dejó trabajos indelebles donde su compromiso con los más era evidente.

 

Nuestras disidencias no complicaban nuestro respeto. Porque había un terreno común, muchas veces marcado por algún trabajo de gran nivel en los llamados “rotograbados” de los domingos. Lo he dicho antes de ahora, pero en una oportunidad nos atrapamos en la discusión respecto del conocimiento. Creo que fue Julián Marías quien  escribió el disparador: el conocimiento se va a profundizar, pero angostándose; es decir, más selectivo y veloz, pero con menos dimensión general. El debate fue si ello “deshumanizaba” o no al mundo y al país. Quien lea esta nota tendrá su propia respuesta.

 

En el cierre, un recuerdo ineludible. Cuando no existía la colegiación obligatoria de los abogados en la Capital Federal, Carlos Fayt presidió en dos oportunidades nuestra voluntaria reunión de gente con pensamiento plural: la Asociación de Abogados de Buenos Aires. Su gestión –sus gestiones- fueron admirables.  Y en la Corte Suprema de Justicia de la Nación, por cierto, gestó lo mejor que se sentenció respecto de la libertad de opinión y de expresión.

 

La muerte de Fayt ¿me entristece por el culto amigo que perdimos o me hace más daño al mirar en derredor qué es lo que nos queda? Lo sigo madurando.

 

El Dr. Ricardo Monner Sans es abogado, Presidente Honorario de la Asociación Civil Anticorrupción.