Andrés Malamud
Manuel Quintana fue el primer presidente electo en el siglo XX; Néstor Kirchner, el primero del siglo XXI. Entre ellos transcurrieron veintiocho presidentes, incluyendo constitucionales y de facto (y descontando efímeros interinatos). Según la Constitución, diecisiete habrían sobrado. En cualquier caso, ¿será posible identificar a los más exitosos?
El siglo XX produjo un F. D. Roosevelt en Estados Unidos, un Churchill en Gran Bretaña y un De Gaulle en Francia, para no hablar de un Gandhi en la India y un Mandela en Sudáfrica. Es difícil encontrar casos similares en América Latina. Entre los más destacados puede nombrarse al mexicano Lázaro Cárdenas, al brasileño Getulio Vargas y a Juan Perón, además del sempiterno Fidel Castro. Pero sus legados están lejos del brillo de los antes mencionados: en América Latina no hay países desarrollados, la democracia demoró décadas hasta establecerse y sus sociedades son las más desiguales del globo. En la región, el liderazgo político merodeó con más frecuencia el fracaso que el éxito. Pero ello no siempre fue así, por lo menos en Argentina.
El siglo XIX, en su segunda mitad, agració a las Provincias Unidas con una dotación infrecuente de grandes líderes. Urquiza, Mitre, Sarmiento y Roca condujeron la transformación de un desierto anárquico en un estado moderno. Tres de ellos fueron electos por un mandato constitucional, que completaron, y luego se mantuvieron como referentes y hombres de consulta. No abandonaron la política ni sus ambiciones de poder, aunque no lograron hacerse elegir por segunda vez. Diferente fue el caso de Roca, uno de los dos únicos argentinos que culminaron dos mandatos presidenciales y el que más tiempo ocupó el cargo, con doce años.
Un estadista es un líder político que cumple dos condiciones: encarna un proyecto colectivo que lo coloca por encima de las parcialidades domésticas y tiene éxito en llevarlo a cabo. La primera condición lo transforma en símbolo del Estado antes que en jefe de partido; la segunda lo distingue de la categoría más espiritual, y habitualmente menos efectiva, de profeta o mártir. ¿Cómo reconocer a un estadista en Argentina? La encarnación de un proyecto colectivo es difícil de mensurar objetivamente: para algunos, Yrigoyen y Perón representaron precisamente eso; para otros personifican lo contrario, la división del país en parcialidades persistentes. Para limitar controversias y reducir el peso de la subjetividad es conveniente utilizar el segundo criterio: el del éxito. Para ello podemos utilizar dos indicadores: la duración en el gobierno y la permanencia de la obra medida en términos institucionales.
En el siglo XX, los presidentes argentinos que más tiempo gobernaron fueron Menem, Perón e Yrigoyen. Los dos primeros se mantuvieron más de diez años en el poder, mientras el tercero lo hizo durante ocho. La diferencia es que Menem completó los dos mandatos para los que fue electo; los otros, en cambio, culminaron sólo uno. Es cierto que Perón fue electo tres veces y la última no fue derrocado sino que murió en el cargo, pero su mandato fue igualmente interrumpido manu militari dos años más tarde.
En cuanto al legado institucional, los contrastes son similares. Yrigoyen veneraba la Constitución Nacional, pero luego de su destitución tuvo que transcurrir medio siglo hasta restablecerse el estado de derecho. Perón la modificó en 1949, pero esa reforma no sobrevivió a su caída. Menem, en cambio, logró consenso para cambiar la Carta Magna, fue reelecto debido a eso y su reforma ha sobrevivido a su fortuna política.
En función de los criterios establecidos, Carlos Menem es el político argentino que más se aproximó a la categoría de estadista en el siglo XX. Su posterior desempeño electoral en su provincia de origen obliga a reflexionar sobre la capacidad nacional para generar estadistas.