1.- La movilización con que la sociedad festejó el triunfo argentino en el campeonato mundial de fútbol alcanzó dimensiones extraordinarias: no hay antecedentes comparables. Fue espontánea –nadie la convocó formalmente- de carácter pacífico –sólo se produjeron desórdenes mínimos y marginales- y de espíritu claramente celebratorio, a tal punto que la muchedumbre que ocupaba la Avenida 9 de Julio toleró sin reacciones violentas la decisión de suspender la caravana y convertir la presencia física de los campeones en un saludo simbólico desde dos helicópteros.
Además, tuvo un carácter policlasista: de ella participaron hombres y mujeres –muchas con sus hijos- de distinto nivel económico, todos con la misma alegría. En la calle la grieta, en ese momento, no existió.
2.- El Estado, en sus tres áreas de gobierno, demostró un nivel de ineficiencia organizativa, de improvisación, de irresponsabilidad, realmente descalificadoras. Basta un ejemplo: el ómnibus que transportaba a los campeones circulaba por una senda estrechísima bordeada por multitudes potencialmente incontrolables. No pasó nada grave porque la gente solo quiso celebrar.
3.- El kirchnerismo-astuto y muy acostumbrado a apoderarse de todo acontecimiento del que cree posible sacar ventaja- no pudo controlar ni el festejo ni la calle, aun cuando la caravana atravesó áreas del conurbano en las que dice tener presencia dominante. El único símbolo con la que se identificó la gente, fue la bandera argentina.
4.- Los jugadores decidieron no aceptar la “invitación” de saludar a la multitud desde el balcón de la Casa Rosada. Es decir: decidieron no dejarse usar políticamente -ni por el gobierno ni por nadie- en una actitud correcta, especialmente notable cuando se trata del fútbol profesional, tradicionalmente influido y hasta manipulado por el poder de turno. Fueron solidarios y coherentes: siempre dijeron que por sobre todo, se esforzaban por darle felicidad a la gente.
5.- La actitud convergente de la multitud y de los jugadores y cuerpo técnico –por un lado, solo festejar el campeonato y por el otro, no dejarse usar- despolitizó, en el sentido partidista, la extraordinaria movilización popular.
Pero la política no desaparece. No hay convivencia posible sin política, cuya tarea consiste en organizar, proponer y orientar el destino de la comunidad. La política siempre vuelve: el problema consiste en saber con qué propósitos y conducida por quien.
La extraordinaria movilización, por las condiciones en que se desarrolló, demostró la existencia de un amplio espacio social que, intuitivamente, esta buscando una manera distinta de convivir sin grietas, sin exclusiones, sin enemigos. Por eso, el único símbolo fue la bandera. Pero los antecedentes indican que el riesgo consiste en la reaparación de propuestas que intenten aprovechar ese espacio social para inducir la vigencia definitiva de un populismo demagógico, autoritario y concentrado.
Los políticos debemos descartar el hiper pragmatismo especulativo y renunciar a nuestros mezquinos, egoístas y muchas veces ilusorios objetivos personales. En su lugar, tenemos que interpretar el mensaje que nos mandaron esos millones de personas movilizados para festejar un gran triunfo ganado en buena ley.
Ellos quieren vivir unidos, incorporados a un proyecto que termine con la pobreza y la inflación, trabajando por objetivos compartidos. Quieren alcanzar esos objetivos –paz, trabajo, educación para sus hijos, seguridad, libertad para vivir y pensar- y tener el gusto de festejar –de vez en cuando y entre todos- alguna victoria legítima.
Los que presumimos de dirigentes debemos actuar con imaginación y desinterés personal para que la enorme potencialidad creativa y movilizadora que expresó la multitud que celebró un campeonato mundial bien ganado, sirva para consolidar una democracia abierta, participativa e igualitaria que no admita grietas, presiones, privilegios o mandones de cualquier signo.
3 de Enero de 2023 Juan Manuel Casella