“No hay vida sin diálogo. Y en la mayor parte del mundo, el diálogo es reemplazado hoy por la polémica. El siglo xx es el siglo de la polémica y del insulto. La polémica ocupa, entre las naciones y los individuos, e incluso a nivel de las disciplinas antaño desinteresadas, el lugar que ocupaba tradicionalmente el diálogo reflexivo. Miles de voces, día y noche, cada una por su lado tras un monólogo tumultuoso vierten sobre los pueblos un torrente de palabras mistificadoras, ataques, defensas, exaltaciones. Pero, ¿cuál es el mecanismo de la polémica? Consiste en considerar al adversario como enemigo, en simplificarlo, en consecuencia, y en negarse a verlo. Al que insulto, no le conozco más el color de sus ojos, ni si sonríe y de qué manera. Convertidos en casi ciegos gracias a la polémica, no vivimos más entre hombres, sino en un mundo de siluetas”.

El sorprendente texto citado podría atribuirse a una aguda mirada puesta sobre las últimas décadas vividas en nuestro país. Nada más extraño y lejano en tiempo y espacio. Esas palabras pertenecen a un célebre pensador argelino-francés,  Albert Camus, y fueron escritas en 1948 (¡en 1948!) y tienen el vigor y la vigencia de los textos clásicos, en este caso, extraído de su libro “Moral y política”. Libro –como muchos otros- no ignorados pero si dejados de lado, como al descuido, por tantos analistas “modernosos” que opinan que lo último es lo verdadero, y suelen descalificar o ignorar los grandes aportes al pensamiento  filosófico, social, político, económico, cualquiera sea la época y circunstancias en que fueron elaborados. Negadores de la historicidad y la dialéctica,  les basta con añadir el prefijo Neo para su pretendida praxis demoledora. Claro que se excluyen –conscientes o no- de toda categoría. En efecto, muchos de ellos podrían ser considerados neopopulistas,  algunos  neofalangistas y otros, neofacistas. Pero todos rematan su concepción en un pragmatismo sospechoso, electoralista, incapaces de ver algo más que la coyuntura y el empeño de girar siempre en torno de la conquista del poder y especialmente de conservarlo. Que de eso se trata, aunque sigamos viviendo en un mundo de siluetas.

Desde hace más de medio siglo Camus nos provoca, nos interpela, nos obliga a pensarnos como somos. Seamos justos: no es el único, por fortuna. Solo hay que aprender a escuchar.

 

Lic. Raúl Ivancovich

Sociólogo y periodista