En estos días, el observatorio social de la UCA difundió cifras porcentuales sobre pobreza y exclusión social en Argentina. Esa información provocó un debate del que participaron funcionarios públicos de primer nivel, dirigentes políticos y analistas e incluso algún sindicalista. Se trata de una cuestión de enorme importancia que nos llevó a requerir la opinión de dos conocidos intelectuales. Es un aporte de la Fundación Ricardo Rojas a un debate que no puede ser encarado con superficialidad ni como parte de una campaña electoral, porque se refiere a la calidad de vida de nuestros compatriotas.

POBREZA Y DESIGUALDAD EN ARGENTINA

 ALDO NERI

“Siempre hubo pobres”. Y es parcialmente cierta la antigua reflexión popular, tranquilizadora para no hacer nada. En la época de Aristóteles eran los esclavos, después los siervos feudales, después los proletarios del siglo XIX, ¿y ahora, quienes son? Son los que aparentan sobrar, los que no tienen educación ni trabajo para insertarse en la sociedad moderna, los que apenas con su trabajo precario se ganan los impuestos que hay que gastar para mantenerlos.

 

Cuando uno analiza la cuestión social, hay que evaluar las tendencias, no tanto los momentos, que están muy influidos por los ciclos de la economía. En Argentina, comparar ahora con el 2001-2 nos hace sentir muy bien, ¡estamos tanto mejor!, pero si comparamos con apenas cinco años antes del nuevo siglo se nos enfría el entusiasmo. La realidad es que desde los años ’70, antes de la última dictadura, y coincidiendo con el freno al estado de bienestar europeo, venimos sufriendo un desgaste en nuestra estructura social que paradójicamente corre paralelo con la conquista de la república. El sueño de Alfonsín del 83, de construir paulatinamente una democracia social en que “se coma, se aprenda y se cure” igualitariamente, todavía queda como utopía, como decía él, para movernos a seguir buscando.

 

No es lugar esta nota para estudiar las causas del cambio social sufrido en los países de Occidente. Mucho tiene que ver la transformación paulatina de los mercados de trabajo, pero entre nosotros la puja electoral pone en cuestión este tema, que ojala se mantenga en la agenda después del 10 de Diciembre. Y desde la crisis de los últimos diez años de los sistemas de información pública, bastardeados y deformados por el gobierno en la lucha política, nos muestra la verdad un conjunto de estudios privados que evidencian al país dividido en dos grandes hemisferios sociales casi iguales: los pobres, poco o nada incluidos en los beneficios de la vida moderna, y los de buen pasar, aprovechando esos beneficios, sean acceso a alimentación adecuada, educación y salud de calidad, trabajo y habitat dignos,o beneficios de la seguridad social equitativos.

 

La pobreza es una categoría de definición compleja; lo habitual es que la midamos por ingreso, pero su realidad excede una evaluación sólo económica. Así medida, no hemos podido bajar de un piso de casi un tercio de la población del país. Y también importa la desigualdad que se ha profundizado como tendencia, nada revertida por las políticas del actual gobierno, y que tiene efectos psicosociales un poco autónomos de la pobreza. Lo que estamos sufriendo es una cristalización de las clases sociales, por cierto distintas por las que militaba, en pro o en contra, Carlos Marx. Y ello paulatinamente genera consecuencias: subculturas de sectores que lleva a la progresiva incomunicación entre sí, aislamiento de clases, déficit de cohesión social del conjunto para proyectarse como sociedad entera, violencia en todas sus formas.

 

Revertir la pobreza y la desigualdad encierra un desafío político no sólo para ser fieles a los derechos que declamamos, sino para prevenir la crisis de la democracia republicana y su reemplazo por una plebiscitaria. La política económica es eje de la política social. Y tampoco se puede hacer algo sobre los pobres sin hacer algo sobre los ricos y los de buen pasar. Estos son postulados que habrá que tener muy presentes en el futuro gobierno. 

 

SOBRE LA POBREZA Y LA DESIGUALDAD 

                                                          JAVIER GONZALEZ FRAGA

 

Por suerte el tema de la pobreza y la desigualdad está cada día más presente en los debates académicos y políticos en todo el mundo. Son muchos los libros que han aparecido en los últimos años sobre el tema,- siendo el de Piketty el más conocido pero no el único -, pero también el papa Francisco ha tratado el tema en la Evangelii Gaudium y en la última encíclica Laudato Si´.

La importancia de la pobreza, ya sea en términos absolutos o relativos (la desigualdad) es muy importante por la cantidad de hermanos afectados por la misma. Pero adicionalmente, la pobreza nos afecta a todos porque la pobreza explica la inseguridad, el auge del narcotráfico, y el surgimiento del populismo como cáncer de la democracia.

Efectivamente,la pobreza genera frustración ante la evidencia de la desigualdad, y esa frustración es muchas veces un pasaporte a la droga, como forma de escape. Y consecuentemente a la violencia como mecanismo para hacerse de la droga. Sin pretender estigmatizar a los pobres, nadie puede ignorar el fenómeno de la creciente violencia urbana asociada al consumo de drogas.

Tampoco se puede ignorar el auge de los populismos, en todo el mundo, que esencialmente prosperan por las promesas de soluciones fáciles a los problemas que genera la pobreza. Y esos populismos has desnaturalizado las bases de las democracias occidentales, permitiendo el surgimiento de autoritarismos que se parecen demasiado a  las viejas dictaduras.

Por todo esto, el muy valioso que el combate a la pobreza se ubique al tope de la agenda política y social, y ya no sea un tema exclusivo de los pensadores de izquierda.

 

¿Cómo atacar la pobreza y la desigualdad?

Nadie puede desconocer la importancia de generar trabajo como un mecanismo de inclusión social. Tampoco se puede desconocer que los empleos que se ofrecen exigen calificaciones que muy pocos de los desempleados tienen. Entonces se habla de educación, para aumentar las calificaciones de los más desfavorecidos.Pero hay chicos desnutridos que no califican para los programas escolares, y que carecen del entorno familiar de contención y estimulación para que puedan progresar en la educación pública accesible a la mayoría.

Por eso insisto hace años en la necesidad de fortalecer el ámbito familiar como el vehículo facilitador de la educación que permita a los jóvenes acceder a los empleos y romper el círculo vicioso de exclusión, embarazo adolescente, desnutrición infantil, vida en la calle, exposición a la droga, y marginación.

Lo dice muy bien Francisco cuando afirma que sin casa, como ámbito físico, no hay familia posible. Podría decirse que la palabra familia se asocia a la de hogar, y esta a la de casa. Entonces concluiremos que la base de la lucha contra la pobreza es la política de viviendas.

Poder darle accesibilidad a la vivienda propia a los millones que hoy viven en villas o asentamientos, con escrituras para convertirlos en propietarios, es el gran desafío, no el único, para erradicar la pobreza. No hace falta regalarlas;otorgando financiamiento a muy largo plazo (50 años) con cuotas indexadas por el índice de salario, se podría lograr que la cuota sea equivalente a lo que hoy se paga por el alquiler de una vivienda equivalente o menor aún.

Esa es la gran deuda de la política con la sociedad: se puede hacer.