a. Los Valores

b. El Sistema de Ideas

c. La Renovación Dirigencial

d. La Función Opositora

e. La Reivindicación de La Política

¿Es posible la existencia de la UCR? ¿Es necesaria?. En ese caso: ¿Cuál es el camino para recuperar la identidad perdida, para volver a influir sobre las decisiones sociales, para recuperar la confianza del pueblo?

Las primeras dos preguntas tienen una respuesta relativamente fácil, en la medida en que circulemos por el carril de la teoría: la existencia de la UCR es posible y necesaria por dos razones básicas, aunque no únicas. En primer lugar, porque expresa una corriente histórica del pensamiento nacional, condición que le otorga un espacio propio en la sociedad argentina. La segunda razón consiste en que el sistema democrático necesita de equilibrios y alternancias, porque de otra manera desnaturaliza su esencia y se convierte en otra cosa, ya sea en un modelo de partido dominante, en puro autoritarismo, o en cualquier variante de concentración del poder.

La cuestión se complica cuando intentamos vincular la teoría con la realidad. Porque si miramos hacia la gente, vemos que el radicalismo significa cada vez menos, no solo desde el punto de vista electoral, sino en términos de representatividad, de vigencia . Puestos en ese campo, advertimos que los antecedentes históricos no son suficientes, porque aparecen desvirtuados por lo que el partido es hoy o porque -en el mejor de los casos- se confunden con la nostalgia o el afecto, pero carecen de capacidad movilizadora, no alcanzan para generar esperanza y entusiasmo. Y si intentamos el análisis a partir del equilibrio del sistema, percibimos que la debilidad electoral y representativa actual lo inhabilita para actuar como contrapeso de un Justicialismo siempre ansioso por ocupar todos los espacios.

Entonces, las respuestas a las cuestiones incluidas en la tercera pregunta, pasarán a ser fundamentales. Porque solo sabiendo como se recuperan la identidad y la confianza del pueblo, será posible influir sobre las decisiones sociales y por esa vía, devolverle utilidad y necesidad a la Unión Cívica Radical, en cuanto factor de equilibrio de poder con auténtica capacidad competitiva.
a. Los valores

«La libertad política, la equidad social, la ética pública construyeron la plataforma de valores sobre la que se levantó la casa radical», según el concepto de Juan Carlos Torre (Seminario organizado por la Fundación Ricardo Rojas, salón Unione e Benevolenza, 2 de abril de 2004), al que solo debemos agregarle un elemento que completa el esquema: entre la equidad social y la ética pública hay que incorporar la conciencia nacional, entendida como la definida pertenencia a una comunidad consciente de sí misma, poseedora de bienes materiales y culturales a defender, con un pasado común y con un futuro que está decidida a construir colectivamente.

La plataforma valorativa perfila la identidad, permite comenzar a distinguirla. Pero además, sirve para dinamizarla cuando los valores pasan a ser ideales movilizadores, banderas de lucha, como lo fue el voto popular en la etapa fundacional. Además, amplía el espacio de representatividad porque incorpora a todos aquellos que la comparten. Por supuesto, la política no puede limitarse a los valores, porque en ese caso sería una gesta moral sin aspiraciones de gobernar efectivamente. Pero la carencia de valores destruye la política, entendida como pensamiento y acción destinados a organizar la convivencia, porque la convierte en pura apetencia de poder sin contenido, puesto que son los valores los que justifican y califican el ejercicio del poder.

Para que los valores cumplan su función política, deben ir más allá del discurso. No basta con enunciarlos. Hace falta convertirlos en ideas operativas y conductas concretas. Las primeras, para actuar sobre los hechos orientándolos hacia la coincidencia con ellos. Las segundas, para que la gente confíe en que el comportamiento de los actores políticos es coherente con el plexo axiológico al que dicen adherir. Esta última condición es esencial: quienes acusan a los políticos de doble discurso, más que aludir a ideas cambiantes sobre el mismo tema, imputan falta de coherencia entre la expresión verbal y la conducta.

b. El sistema de ideas

Mannheim («Ideología y Utopía», Tº I, pags. 110/142) sostiene que el pensamiento político está determinado por la posición social del pensador. Cada grupo social tiene su propio acervo de intereses y propósitos, su propia imagen del mundo. El pensamiento político es, por eso, relacional y relativo: cada doctrina política es «ideológica», en el sentido de que representa la realidad tal como la ve y describe el actor político de que se trata.

Quienes se oponen a incluir a la UCR en la categoría de «partido ideológico» se apoyan en dos razones principales: en primer lugar, en su carácter policlasista. Luego, porque identifican ideología con dogmatismo y sostienen que un partido democrático, por definición no puede ser dogmático.

Ahora bien: no hay lugar para esa discusión si partimos del criterio general enunciado por Mannheim y definimos la ideología como un conjunto de ideas y de valores concernientes al orden político que tienen la función de guiar los comportamientos políticos colectivos. Está claro que el radicalismo se ubicó en su origen en una posición social determinada -la que ocupaban los grupos sociales excluidos por el régimen dominante- y a partir de allí definió un conjunto de valores e ideas que vertebraron su personalidad. Cuando Yrigoyen hablaba de la causa contra el régimen, identificaba «la causa» con los sectores populares impedidos de toda participación en el poder político y económico, y a ellos pretendía representar. El sufragio libre fue el motor de la movilización popular, símbolo de las reivindicaciones revolucionarias e instrumento de acceso al poder.

El régimen concentraba el gobierno y la riqueza, pero la renta agropecuaria era tan alta y el número de habitantes tan escaso, que aún en esas condiciones la movilidad social ascendente era una de las características de aquella Argentina.

Por esa causa, las consignas del radicalismo en el campo económico pasaron más por una cerrada defensa de los intereses nacionales y por el reclamo de justicia en la distribución del ingreso que por el cambio de modelo. Con Yrigoyen en el gobierno, la apertura hacia los sectores populares y la Reforma Universitaria actuaron como factores de integración que consolidaron la presencia de una clase media creada de abajo hacia arriba, que se identificó con la UCR. Fueron los hijos de esa clase, los egresados de la universidad reformada, los que produjeron la modernización ideológica del 45, que le otorgó mayor contenido teórico y mayor precisión programática al mensaje yrigoyeniano. En ese sentido, es bastante cierto que el radicalismo ha representado las concepciones democráticas, igualitarias y nacionales de un sector importante de la clase media y que esa representación fue útil en razón que sirvió para habilitar el acceso de esos sectores medios al poder.

La situación en la Argentina actual, es muy diferente. El sistema político se ha consolidado en sus aspectos formales: nadie puede decir que está cerrado el camino al comicio, o que no tiene libertad para expresar sus ideas, aún en el marco de las limitaciones provocadas por los intereses económicos de los medios de comunicación. Hoy, la reivindicación del sufragio está lejos de ser una causa convocante y movilizadora.

La cuestión es otra: consiste en la realidad social que describimos al comienzo. El modelo aplicado en los noventa produjo un efecto expulsivo de dimensiones trágicas, porque no tuvo características coyunturales, sino estructurales. No fue el resultado de una crisis sino de una política, y sus consecuencias son permanentes, porque se trata de un nivel de exclusión que no podrá solucionarse en el corto plazo. La clase media sufrió de lleno las consecuencias del naufragio, y hoy representa un sector social numéricamente reducido, económicamente devaluado y espiritualmente resentido. Una parte substancial de ese resentimiento está dirigida a la UCR, que no solo pareció haber declinado su defensa, sino que desde el gobierno de la Alianza impulsó medidas (la rebaja salarial, el corralito) que la afectaron directamente.

A partir de la llegada de Perón, los radicales padecemos una especie de complejo provocado por el hecho de que el peronismo cautivó a los trabajadores y nos arrinconó en los sectores medios. Los desposeídos fueron a parar a otras tiendas políticas. Pero ahora nos encontramos con que los efectos económicos del menemismo han creado una nueva desposesión, aquella que padecen los que perdieron su trabajo, su pequeña empresa, su comercio, su chacra, y dejaron de integrar la clase media a la que pertenecían. La movilidad social adquirió dirección descendente y ese hecho que modificó profundamente las expectativas sociales, tiene que modificar las prioridades de la propuesta radical.

El eje del debate partidario debe instalarse en un tema central: cómo hacemos para recuperar niveles adecuados de igualdad, cuál es el camino más directo para lograr que la riqueza se distribuya con equidad, de qué manera restituimos movilidad social ascendente, en qué forma conseguimos recuperar a quienes se han quedado afuera en esta realidad caracterizada por la desintegración. La prioridad que en otras épocas adjudicamos al sufragio, los contenidos simbólicos que otorgamos a esa lucha, deben trasladarse hoy a la búsqueda de la igualdad. En el marco económico capitalista en el que está instalada la Argentina, la discusión debe centrarse en la definición de los medios más eficientes para redistribuir el ingreso, devolviéndole justicia al sistema de relaciones sociales.

Ese debate es impostergable y debe producir resultados ciertos, porque en ello está comprometida la continuidad de la convivencia democrática. Bobbio pregunta: ¿Cómo puede una sociedad permanecer unida sin tener ningún criterio de justicia distributiva? La UCR debe encontrar la respuesta para justificar su subsistencia. El criterio tradicional de equidad social es insuficiente. Ahora, hace falta que las ideas acerca de la economía, de la educación, de la política social, del funcionamiento de Estado, tengan como objetivo básico la integración social por medio de la redistribución del ingreso, y operen como un sistema articulado alrededor de esa cuestión.

¿Una decisión de esta naturaleza ayudará a recuperar la identidad del radicalismo? La pregunta es válida, porque el colapso social es tema de todas las fuerzas políticas. Entonces ¿qué cosa distinguirá la propuesta radical?.

La diferencia existe, es clara y pasa por lo siguiente:

• La derecha insistirá conque el mercado por sí solo, resolverá la cuestión. Los ortodoxos dirán que la situación social no es fruto de las ideas liberales, sino de su aplicación parcial y se opondrán a toda intervención, salvo aquella que sirva para que el Estado garantice sus ganancias, absorba sus pérdidas y aumente el superávit para pagar la deuda.

• La izquierda dogmática sostendrá que la crisis social es una consecuencia directa del capitalismo dependiente instalado en los países subdesarrollados y que la única solución pasa por la estatización de los medios de producción, incluida la tierra y el sector financiero. Tratarán de explicar porqué fracasó ese modelo en el este de Europa y olvidarán el costo que tuvo en términos de vida y libertad.

• El peronismo insistirá con el concepto de justicia social desde arriba que aplicó históricamente, que no se apoya en un Estado redistributivo, sino dativo. Buscará la manera de que la asistencia a la pobreza se convierta en otro instrumento apto para monopolizar el poder y nunca se hará cargo del menemismo y su responsabilidad en la concentración de la riqueza.
El camino radical pasa por el crecimiento y la redistribución del ingreso como factores de integración social y de consolidación de la democracia, concebida como sistema de vida. La UCR deberá probar que poseen los recursos humanos e intelectuales y el compromiso moral necesarios para alcanzar la meta. Esa será una auténtica política progresista.

c. La renovación dirigencial

Para recuperar el equilibrio social perdido, hay que movilizar recursos, crecer y distribuir. Esa es una tarea esencialmente política en el sentido de que fija objetivos de carácter general y selecciona las líneas de acción, así como los instrumentos necesarios para alcanzarlos.

Pero ya señalamos la existencia de un problema básico: la dirigencia política carece de representatividad, porque la gente ve en ella una mezcla patológica de ineficiencia y corrupción. Seguramente se trata de una injusta generalización, pero así se presentan las cosas. El radicalismo, el más «político» de los partidos, es el que más sufre este desprestigio dirigencial.

El camino pasa por la renovación del pensamiento, de las formas de acción y de los hombres. Hacen falta ideas, métodos y dirigentes nuevos, y como no hay tiempo para esperar el recambio natural, ya mismo hay que incorporar calidad y conocimiento buscándolos donde se encuentre: en los sectores culturales, en la Universidad, en las ONG, en todos los lugares desde donde puedan proveer inteligencia y creatividad.

Argentina necesita exactamente lo contrario de aquello que proclamaba esa consigna que mezclaba una dosis muy alta de indignación con otra más pequeña pero también más peligrosa de oportunismo reaccionario: tienen que venir a la política todos los que puedan agregarle calidad intelectual y moral. Los que están, deben ponerse al servicio de ese camino de renovación, sin instalarse en la pasividad irresponsable, pero postergando toda búsqueda personal y sabiendo que la oxidación natural de los métodos de incorporación y renovación de la dirigencia es un síntoma claro de senilidad, y que la oxidación artificial de esos métodos -fraude, aparatismo- es síntoma definitivo de corrupción.

Está claro que la libertad de crítica y el ejercicio de la oposición favorecen la renovación dirigencial. Cualquier maniobra para impedirla, demorarla o condicionarla constituye, en definitiva, una contradicción con la democracia, que es la fórmula política que mejor se adapta a la dinámica del cambio social.

d. La función opositora

En el corto plazo, el radicalismo deberá ocupar íntegramente el espacio que la sociedad le ha concedido: desde el punto de vista de su representatividad formal, y a partir de un cálculo estadístico, es el mayor partido de oposición. La cuestión consiste en lograr que esa realidad estadística se convierta en efectivo cumplimiento de la función opositora –control, propuesta alternativa y competitividad electoral- ejercida de tal manera que el hombre común perciba su existencia y utilidad.

En este punto coinciden el interés general y el partidario: el sistema necesita un partido de oposición bien instalado en las instituciones que ejerza seriamente la función de control y el radicalismo necesita restablecer su presencia en el escenario político, demostrando la falsedad de la sensación de pactismo que lo envuelve. La función opositora deberá ejercerse con responsabilidad en dos sentidos: primero, con conciencia de los límites que fija la situación real; en segundo lugar, sabiendo que la omisión en ocupar efectivamente el espacio opositor, facilitará el monopolio del justicialismo, que terminará fabricando su propia oposición.
e. La reinvindicación de la política
En 1983, el radicalismo produjo una transformación de primer nivel en la sociedad argentina contemporánea cuando demostró que un gobierno de origen popular, cuya única fuente de poder era el voto, estaba en condiciones de clausurar la etapa más negra de la historia nacional y devolverle legitimidad a la democracia. Ese fue el principal efecto demostrativo de los juicios a los responsables del terrorismo de estado: la voluntad popular tenía la fuerza suficiente como para someter al imperio de la ley, también a aquellos que desde 1930 se habían sentido exceptuados de su sanción, hicieran lo que hiciesen.

Esa victoria fue la consecuencia de una serie de factores convergentes: una visión global que reivindicaba la democracia como sistema de vida, planteada con la fuerza suficiente para superar la indiferencia social que –con relación a ella- había caracterizado las décadas anteriores; una convocatoria a todos los argentinos, sin limitaciones ideológicas ni sectarismos partidarios; una vocación aperturista que proponía la discusión conjunta de los temas nacionales y por supuesto, un liderazgo que transmitía convicción, honestidad intelectual y talento.

A partir de esos factores convergentes, el radicalismo fue una fuerza convocante que, apoyada en su propia historia pero claramente renovada, logró movilizar al país para recuperar la vida, la libertad y la justicia. En ese momento, el pueblo advirtió para qué servía la política.

Los caminos que los radicales recorrimos después, nos fueron alejando de ella. Los grandes ideales fueron reemplazados por un pragmatismo pedestre y descarnado, el debate fue suprimido o limitado con el argumento de unificar el partido detrás del gobierno, los dirigentes fueron reemplazados por referentes autoritarios y por operadores que negociaban con cualquiera, y a mediados de los noventa el partido pasó de convocante a pactista. En ese momento, el pueblo empezó a pensar que la política ya no servía.

Hoy, la profundidad del drama social argentino nos obliga a recuperar la fuerza conmovedora de los ideales, a elaborar una respuesta global para un país desintegrado, a movilizar las energías nacionales, a promover el debate, a derrotar la corrupción, a convocar a quienes posean convicción, honestidad intelectual y talento, vengan de donde vinieren.

Si comprendemos la realidad y renovamos nuestro compromiso con la causa popular, volverá a sonar la hora de la política.

Avellaneda, 6 de Julio de 2004.-